Los paisajes de Genaro Lahuerta responden, ciertamente, a la elaboración esquemáticamente depurada de un código personal. Conviene puntualizar que Lahuerta se encuadra entre los pintores que se propusieron, ya desde su aprendizaje, distanciar su quehacer artístico del heredado sorollismo, afincado intensamente en el marco académico valenciano. Por eso era básico dirigir la mirada y las aspiraciones hacia el exterior.

En su interpretación de la naturaleza, Paisaje de secano puede considerarse, en efecto, dentro de las pautas reconocibles y definidas como determinantes en su especializado lenguaje y que caracterizan plenamente la etapa de posguerra y los inicios de la transición. La prioridad otorgada a las formas horizontales del paisaje —estructurado habitualmente en capas superpuestas que descienden desde la elevadísima línea superior del horizonte, con su intensificación lumínica, en un celaje simplemente adivinado, hasta llegar al primer plano, de un decidido envolvimiento del espectador—, y la regulación zonal de los bloques cromáticos, sobrios y contrastados en ese juego de descenso visual, constituyen, efectivamente, las claves básicas de ese código personal, reconocible de inmediato, al que hacíamos referencia.

Es imprescindible tener clara la excepcional trayectoria artística de Genaro Lahuerta en los años treinta, con una fuerte incidencia de las vanguardias en su original lenguaje de esa época; de hecho, su obra tuvo proyección más allá de las fronteras nacionales, especialmente en Francia. Tras estudiar, como era costumbre, en Artes y Oficios, pasó luego por la Escuela Superior de Bellas Artes. Una beca en 1932 lo llevó a viajar por Europa y a descubrir otras maneras de entender el arte que le serían fundamentales en su ávida capacidad de asimilación. Tras la contienda bélica, simultaneó la docencia
y la práctica artística. Retratista y paisajista, también atendía a la representación de la vida cotidiana y del entorno, en especial durante su beca africana, en 1953. Justamente la obra catalogada que comentamos (firmada en 1964) es ya muy posterior a ese viaje sahariano, cuando Genaro Lahuerta ha perfilado por completo su dicción paisajística, cargada esta de consagrados elementos informales. De hecho, su modelo paisajístico personal ha ayudado a entender didácticamente cómo la naturaleza puede imitar al arte —que diría Oscar Wilde—, para referirse acertadamente a esa decisiva influencia estilística sobre la mirada y la manera de ver el entorno natural que una fórmula establecida de estructurar el paisaje llega a consolidar cultural e históricamente.

Sin duda, muchos de los modelos iconográficos referidos al paisaje contemporáneo de alguna manera se han visto influidos por el desarrollo, en su momento, de la abstracción como alternativa históricamente incisiva frente a los realismos. Tal es el caso que nos ocupa. Genaro Lahuerta aborda su pintura de paisaje sin la presencia humana ni la incorporación de arquitecturas rurales en sus depurados planteamientos. Claro que, dentro del género del paisaje, pueden evidenciarse, contemporáneamente, determinados paralelismos en la forma de abordarlos estilísticamente. En los tópicos explicativos habituales en torno a este punto, suele ser clave recurrir al asentado principio diferenciador de que, en la dedicación al cultivo del paisaje, cada autor tiende a implantar y resolver formalmente su propio lenguaje. Consecuentemente, tras lo indicado convenimos en afirmar que Genaro Lahuerta gestó con su práctica pictórica, en lo atinente al paisaje, un código de representación personal e identitario.

Pieza, pues, sumamente característica dentro del paisajismo valenciano contemporáneo, del quehacer pictórico de Genaro Lahuerta. En ella se aplican, exactamente, las claves estructuradoras de su código formal, ya descrito y analizado.