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Cena de Jesús con sus Padres, 1692 ¿97?
Ficha técnica
La pintura valenciana de la segunda mitad del siglo XVII ha sido durante mucho tiempo escasa y minoritariamente valorada, cuando no ignorada por la historiografía, sin duda más centrada en las figuras destacadas del siglo XVI y de la primera mitad del siglo XVII. Tan solo recientemente la exposición dedicada al barroco valenciano «El triunfo del barroco» en 2009, encuadrada en la serie de muestras La Luz de las Imágenes, organizada por la Generalitat Valenciana, y contemporáneamente a ella la tesis doctoral brillantemente defendida por Víctor Marco García, en la Universidad de
Alcalá en 2010, han ordenado sus etapas y definido a sus artífices, dando a conocer documentos y atribuciones nuevas.
Si tuviéramos que justificar las causas de aquel olvido, deberíamos apuntar un cierto sentido ampuloso del barroco tardío, la casi exclusividad religiosa de sus asuntos —impulsada por la efervescencia contrarreformista tras el Concilio de Trento— y el gran tamaño de sus cuadros más significativos. Estos últimos resultaron castigados por un excesivo almacenamiento como resultado de una desamortización que, en la mayoría de los casos, facilitó su pérdida o deterioro debido a la desubicación de los lugares para los que fueron hechos y su imposibilidad de exposición pública en los centros donde acabaron.
Lo peor es que todo ello hizo olvidar la potente estructura de los talleres y academias privadas de un periodo en el cual se conjugaba la enseñanza del oficio con las ideas aprendidas fuera de su propio territorio, ya sea Madrid o Roma, donde habían sido capaces de asumir unos retos compositivos hasta entonces no utilizados.
Juan Antonio Conchillos Falcó, nacido en València en 1641 y fallecido en 1711 según su gran amigo Palomino, fue sin duda figura esencial en ese devenir del que hemos hablado. Aprendiz en el taller de Esteban March, pintor algo lunático, buen retratista y excelente artífice de escenas de batallas, asimiló el buen dibujo de su maestro y se distinguió siempre por una pulcritud y corrección anatómica, que le ayudó mucho en el resultado final de sus grandes obras. Por su academia, particularmente fecunda en la década de los sesenta, pasaron numerosos artistas que iban a nutrir las necesidades locales a las que antes aludíamos.
Hacia 1674 se desplaza a Madrid, donde se apoya en otro valenciano, el pintor y tratadista José García Hidalgo, que le facilita el contacto con la corte. Allí se dejará influir por Carreño o Claudio Coello. A su regreso a València en fecha imprecisa, continúa con un intenso trabajo, y es testigo de la prolongada estancia en esta ciudad de Antonio Palomino.
El lienzo que nos ocupa, Cena de Jesús con sus padres, es importante en su producción dada su firma y fecha; además, se halla en buen estado de conservación frente a lo apuntado más arriba. Por otra parte, es todo un tratado trentino: la propia escena tan íntima y doméstica como la cena de Jesús con sus padres, María y José, no olvida el simbolismo de otra trinidad, al sumar en las alturas a Dios Padre y al Espíritu Santo por encima de unos barrocos angelillos que sujetan la cruz y que le recuerdan a Jesús su posterior martirio.
Si a todo ello añadimos una composición equilibrada, bien resuelta a modo de escena teatral, donde dos pilastras con agitados cortinajes aumentan el sentido de sacra representación como auto sacramental, donde no falta un cuidado bodegón de clara tradición hispana y aun valenciana, tendremos todos los componentes para poder utilizar este excelente cuadro como una perfecta síntesis de la pintura de su tiempo.