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Sin título (familia), 1981
Ficha técnica
Independizado pronto del Equipo Crónica, Joan Antonio Toledo (1940 – 1995) sigue cultivando tanto sus personales hábitos de reflexión y lectura sobre el contexto artístico como su quehacer pictórico individual, además de otras actividades como la publicidad, el cine, los decorados o la serigrafía. Sin mermar sus compromisos con la realidad del entorno, a la par que su interés por los medios de comunicación, ya desarrollados a su paso por Estampa Popular, no dejará nunca, de hecho, de entender el ejercicio pictórico como un lenguaje, como una estrategia codificada en sus procedimientos, técnicas y recursos plásticos pertinentes.
En realidad, además de pintar, Toledo reflexiona, escribe y hasta se arriesga con la poesía. Especial atención presta al mundo de las imágenes impresas y al contexto visual del momento, herencia del pop que él convierte en una dicción personal, más íntima. Siempre ha postulado, no obstante, un ejercicio pictórico acorde con la intensa iconosfera que la vida cotidiana acoge.
La pintura, como lenguaje, centra su intervención en desarrollar/reinterpretar imágenes extraídas del propio ambiente. Buen ejemplo de lo dicho es la obra que abordamos. Una instantánea de familia vinculada a un amplio conjunto de escenas de esta índole que elabora a lo largo de la transición política, enmarcadas bien en el interior del hogar, o bien en un contexto natural. Un día de encuentro familiar quizá en una celebración festiva o un paseo en grupo, según los casos.
No solo la huella del trazo de la pintura es calculadamente espontánea en su apariencia, sino que lo es porque sus códigos de representación así lo exigen. Para él, pintura y visión de la realidad van parejas. Si acaso, los posibles juegos de abstracción hay que buscarlos en un ámbito exclusivamente sintáctico, aunque el componente semántico nunca abandonó su pintura, siempre conectada directamente a una nueva figuración. Ni siquiera la identificación de los personajes retratados se encuentra, por lo general, entre sus exigencias pictóricas. La presencia del anonimato quiere, de algún modo, arropar la posible tensión entre colectividad e identidad, entre persona y máscara, entre los sujetos y su adscripción social. Tampoco le obsesionan los títulos de sus obras. Entre el sin título y el reconocimiento del grupo de familia solo hay una redundancia visual buscada. Es, ante todo, pintura. Pintura con estudiadas aplicaciones, gestos, trazos, colores y texturas: un ejercicio controlado de acción personal, que describe/
construye escenas enmarcadas por juegos pictóricos. Quizá una foto familiar enmarcada daría el pendant a una pintura suelta pero construida, referencial pero anónima, normalizada tanto en su codificación de poses y actitudes como en su ejecución estética.
La base iconográfica de muchas de estas series —no excesivamente extensas, ciertamente, en su producción— hay que rastrearla e identificarla en la vida misma. Pero no solo en las denotaciones fotográficas, que también, sino asimismo en las revistas cotidianas que reflejan la vida social y recogen las monótonas hazañas de los personajes del corazón. Igualmente, el cine y la televisión le facilitaban abundantes temas, como ocurre en la serie dedicada a Marilyn Monroe. A partir de todo ello, Juan Antonio Toledo consagra y fija en sus pinturas cuanto le rodea y seduce visualmente, pero preferentemente a partir de imágenes ya existentes o de su escenificación cautelar previa. Imágenes de las imágenes… entre límites borrosos, como escapando de la historia.
En resumidas cuentas, se trata de un eficaz ejemplo de la práctica pictórica de Toledo; la obra en cuestión es, sin duda, versátilmente representativa de una dicción pictórica pautada incluso en su espontaneidad, fruto de un largo estudio, experiencia y ejercicio continuado. Prototipo de una familia estándar que posa en su domicilio con motivo de una celebración, vestidos todos sus miembros para el momento. La vida estaba allí sentada y sonriente, y había que captarla en su compartido anonimato, que adquiere una dimensión de cotidianidad mediante la pintura y simulando instantáneas de una mirada que hacía historia, sin pretenderlo demasiado, casi como quien, por azar, pasaba por allí.