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Torre TV digital, 2011
Ficha técnica
Pintor de formación y, aunque no ha dejado en ningún momento de practicar el arte de los pinceles, en el nuevo milenio José Manuel Ballester se ha consolidado como una de las grandes voces de nuestra escena fotográfica. Esta imagen resulta especialmente representativa de su mirada. Pertenece, al igual que la anterior, a su ya nutrida cosecha brasileña, fruto de varios viajes sucesivos y siempre en relación con su trabajo para la galería Dan de Sâo Paulo. En este caso, el pretexto elegido es una esbelta torre en construcción, en Brasilia, ciudad de nueva planta concebida por Lúcio Costa y cuyos principales edificios públicos son, como en este caso, obra de Oscar Niemeyer. Urbe geométrica y por algún lado metafísica, Brasilia ha sido una gran fuente de inspiración para Ballester,
como antes lo fue para numerosos colegas suyos, muchos de los cuales, por cierto, sobre todo los primeros en llegar —pienso, por ejemplo, en el franco-brasileño Marcel Gautherot—, fotografiaron también edificios en construcción. Fue el complejo conjunto de andamios erigido para un edificio de 182 metros de alto —última obra de Niemeyer, que terminó en 2012, el año de su muerte— lo que retuvo la atención del fotógrafo, que nos lo muestra como una suerte de gigantesco encaje o de gigantesca pieza cinética en la onda de los venezolanos Jesús Rafael Soto y Carlos Cruz Díez, o todavía más, en la del francés François Morellet. La torre con algo de gran flor –el propio Niemeyer, recurriendo al título de una bellísima canción de Caetano Veloso, la bautizó Flor do Cerrado—, la trama metálica all over de los andamios, el juego de la luz sobre ella…, todo contribuye en esta imagen a una sensación de monumentalidad y también de monotonía: una gran extensión ocupada por unas formas, por unos módulos que se repiten y que podrían multiplicarse hasta el infinito en el espacio.
Si, como lo planteó el título de su exposición en Alcalá 31, en el caso de Ballester la realidad termina desembocando en abstracción, esto es especialmente cierto en el caso de esta fotografía, cuya raíz conceptual posee una suerte de pureza minimalista, la misma que aflora en muchas de las que su autor ha ido tomando de interiores luminosos y… silenciosos —por ejemplo, en la escalera carioca presente en esta colección—, la misma que se abre paso también en sus cuadros vaciados, un singular modo de revisitar el Prado y otros grandes museos y el universo de los maestros de antaño. Pureza minimalista que también reina, por cierto, en buena parte de las propias pinturas del madrileño, a esa parte de ellas a la cual cuadra el adjetivo de silenciosas.