Otro cuadro importante de Opie que figuró en la pionera retrospectiva malagueña es este de 2006, de casi siete metros de ancho, hoy perteneciente a la Fundación Bancaja y que ha lucido espectacularmente en la retrospectiva del pintor británico celebrada este mismo año en su sede, donde por tamaño ganaba por casi un metro al Tríptico de los dos horizontes, de Navarro Baldeweg. En realidad, llamar cuadro a este cuádruple retrato es incorrecto, pues se trata de una gigantesca caja de luz o linterna mágica, de un friso demótico para la feria de la vida, de una realización, casi de un mural de quien ha hecho más de uno, de quien es, como el firmante de estas líneas indica precisamente en el catálogo malagueño, en el sentido baudelairiano del término, «el pintor de la vida moderna» entre dos siglos, el XX y el XXI, el cronista que sabe hablar de la rara ciudadanía de nuestro incierto presente, y hacerlo tranquilamente, manejando un estilo cool, sintético, contenido, un estilo inspirado, hay que insistir sobre ello, en el cómic línea clara, un estilo que por algún lado también tiene que ver con el de un pintor norteamericano hoy nonagenario y de cuya obra también se ha ocupado Mário Sequeira: Alex Katz, autor de inolvidables conversation pieces, muy amigo de reunir en un mismo cuadro a asistentes a un cóctel neoyorquino o a soldados en un día de asueto en el campo o a familiares y amigos en un almuerzo al aire libre entre los árboles de Maine… No es extraño, en ese sentido, que no pocos admiradores de Katz lo sean también de Opie. En clave española están los casos de Fernando Francés, que los ha expuesto a ambos en el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga, o de David Barro, que ha comisariado muestras gallegas de ambos y que es autor, además, de uno de los dos textos del catálogo de la reciente exposición del británico en la Fundación Bancaja.

Ese estilo de Opie, muy adecuado para los paisajes urbanos o rurales o para las marinas, lo es todavía más para la representación de la figura humana. Esta obra de extrema sofisticación y extrema eficacia constituye un buen ejemplo de ello. El autor se refería precisamente a esta pieza como a una creación «a modo de un anuncio publicitario». Otros ejemplos de este tipo de cajas de luces los hemos ido viendo en diversos emplazamientos públicos, entre ellos en el aeropuerto londinense de Heathrow, donde está Imagine that you are moving (1997), que, en la zona de tránsitos internacionales, confronta al viajero recién desembarcado con dos cajas a ambos lados de una escalera mecánica, que representan sintéticamente el idílico paisaje inglés que el viajero en tránsito irremisiblemente se pierde; ya en 1993, premonitoriamente, Andrew Graham-Dixon había escrito que «moverse por una instalación de Opie es como moverse por un moderno aeropuerto». El británico, que tanto se ha inspirado en la calle, ha gustado mucho de descender a ella, de trabajar en ella. Utilizando las vallas publicitarias, como sucedió con I dreamt I was driving my car (2002), un encargo del MoMA, que fue colocado en Long Island. Realizando grandes instalaciones con vinilos —una técnica que domina, algo que le sucede también a la brasileña Beatriz Milhazes—, como en 2003 la titulada This is Kiera Walking, This is Christine Walking, This is Julian Wallking, en la fachada acristalada de los grandes almacenes Selfridges, en Manchester. O instalando por doquier sus animaciones luminosas leds, como aquel caminante en movimiento que en 2007, cuando su exposición en Praga, en el Museum Kampa, ubicado en la isla de ese nombre, caminaba sobre el río Moldava, en mitad de la corriente.