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Fundación Bancaja presenta la exposición Antonio Saura. Esencial

La exposición retrospectiva, con cerca de 90 obras casi en su totalidad de la colección del Museo Reina Sofía, se celebra coincidiendo con el 25 aniversario de la muerte de Antonio Saura.

. La Fundación Bancaja ha presentado esta mañana en su sede en València la exposición Antonio Saura. Esencial, una gran muestra retrospectiva de Antonio Saura (Huesca, 1930 – Cuenca, 1998) que ofrece un completo recorrido por su trayectoria a lo largo de seis décadas y por los universos temáticos que dieron forma a su reconocida iconografía artística. La presentación ha contado con la participación del presidente de la Fundación Bancaja, Rafael Alcón; la jefa del Área de Colecciones del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Rosario Peiró; y los comisarios de la exposición, Lola Durán Úcar y Fernando Castro Flórez.

Antonio Saura. Esencial se celebra coincidiendo con el 25 aniversario de la muerte del artista y se enmarca en la programación especial con motivo del décimo aniversario de la nueva Fundación Bancaja. El conjunto de 87 obras integrantes de la exposición revisa el legado de Antonio Saura a través de su creación plástica con la presencia de pinturas, dibujos y obra gráfica, datados entre 1948 y 1997, que se presentan acompañados de algunos de sus escritos en los que revela numerosas claves de su pintura y que se convierten en un elemento indispensable para la interpretación de un artista que defendió la complementariedad entre el arte de pintar y el arte de escribir.

La exposición reúne 85 obras procedentes de la colección del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, algunas de las cuales son inéditas. Se trata de obras que el artista había conservado durante toda su vida por considerarlas importantes referentes en la historia de su pintura. A estas piezas se suman las obras Foule, de la Fundación Caja Rural de Aragón, y Las tres Gracias, que la Fundación Bancaja muestra por primera vez al público en esta exposición tras la reciente incorporación a su colección de arte.

En un artista que mostró un temprano interés por el arte cuando una larga enfermedad le obliga a permanecer varios años inmovilizado, la exposición muestra algunas de las obras de juventud. Con el surrealismo como fuente de inspiración, crea sus Constelaciones y Paisajes a finales de los años 40, que se expusieron en la sala Libros de Zaragoza en 1950 y en la galería Buchholz de Madrid un año después.

La selección de obras muestra su evolución hacia el automatismo, coincidiendo con su estancia en París, con la creación de sus Fenómenos y Grattages, en el taller que compartía con Simon Hantaï en 1954 y 1955. El recorrido expositivo avanza en una revisión de su iconografía que organizó en géneros: Damas, Desnudos, Crucifixiones, Cabezas, Retratos imaginarios y Multitudes, además de otros géneros acumulativos como Acumulaciones, Catedrales, Cocktail-party, Montajes, Mutaciones, Repeticiones y Rompecabezas.

La exposición se completa con la proyección del documental Epílogo: Antonio Saura, cedido por Movistar Plus+. La pieza audiovisual recoge una entrevista en profundidad con el artista, realizada el 16 de julio de 1998 en la casa del propio Saura.

La muestra Antonio Saura. Esencial puede visitarse en la sede de la Fundación Bancaja en València (Plaza Tetuán, 23) del 15 de septiembre al 28 de enero de 2024. Coincidiendo con la exposición se ha editado un catálogo que recoge la reproducción de las obras expuestas acompañadas de textos de los comisarios.

Dentro del programa de mediación cultural y artística, la Fundación Bancaja ofrecerá talleres didácticos gratuitos vinculados con la exposición y dirigidos a escolares, personas con diversidad funcional y personas en riesgo de exclusión social, así como visitas comentadas para público general y grupos de la mano de un experto especialista en arte y mediación cultural.

La pintura, centro de la vida de Saura

Antonio Saura muestra desde muy joven un claro interés por el arte cuando una larga enfermedad le obliga a permanecer varios años inmovilizado con el cuerpo escayolado y aislado. En esa soledad, compartida con una radio y algunos libros –entre los que destaca Ismos, de Ramón Gómez de la Serna– se produce el descubrimiento del sentido sanador de la creación y de muchos mundos diferentes, desde el mundo de la pintura hasta el de la poesía, o de la música.

El surrealismo, un universo onírico, fantástico, inspira sus primeras experiencias pictóricas, misteriosas y mágicas, y sus primeros escritos. En 1948, en su pequeño taller de Madrid, pinta las Constelaciones, surgidas en el momento en que recupera el contacto con el exterior tras su enfermedad. Estas obras, junto con sus Paisajes, que define como «el vacío absoluto donde flotan los detritus de la noche oscura”, y otras obras experimentales hoy desparecidas, constituyen lo que el artista consideraba sus primeras ‘verdaderas pinturas’».

La realidad española de posguerra le empuja al París de las artes con la firme intención de conocer a André Bretón y trabajar con el grupo surrealista, donde a la vez descubre la fascinación de la libertad y la decepción del personalismo. Poco a poco, la obra de Saura se aleja de la representación del paisaje subconsciente y evoluciona hacia el automatismo. En 1954 y 1955, en el taller que compartía con Simon Hantaï, crea sus Fenómenos y Grattages, obras de estilo gestual y realización rápida que surgen del automatismo psíquico puro.

Gradualmente aparece en su obra la estructura. Saura se sirve de la imagen como soporte «para no caer en el caos, para no sumirse en una actividad pictórica sin control». A partir de 1955, la estructura matriz de su obra será la figura humana, escogiendo en primer lugar el cuerpo de mujer: «Cuando me alejé del surrealismo, me hice con un tema –el cuerpo femenino– como matriz en construcciones pictóricas en blanco y negro. Trabajé con él durante mucho tiempo, y poco a poco, otros temas comenzaron a asociársele», afirma el propio Saura. Partiendo de este arquetipo, Saura desarrolla las variantes que conforman sus grandes series.

Para Antonio Saura, la pintura fue el centro de su vida, tal y como él mismo expresaba: «Un cuadro es, ante todo, una superficie en blanco que es preciso llenar con algo. La tela es un ilimitado campo de batalla. El pintor realiza frente a ella un trágico y sensual cuerpo a cuerpo, transformando con sus gestos una materia inerte y pasiva en un ciclón pasional, en energía cosmogónica ya para siempre irradiante».

Las series de Saura

Constelaciones y Paisajes

La pasión de pintar, los posos de esa Biblia personal titulada Ismos, la energía de la juventud y las ganas de acción, agitan la vida de Saura tras su aislamiento. Con el surrealismo como inspiración, en 1948 pinta las Constelaciones. Un año después, en sus Paisajes, refleja «el verdadero paisaje del subconsciente, que no podía ser otro que el vacío absoluto donde flotan los detritus de la noche oscura».

En estas obras domina una idea básica del vacío que el artista puebla con elementos minerales, vegetales y orgánicos. Se intuye una dualidad conceptual y compositiva, que Saura mantendrá a lo largo de su trayectoria: por un lado, las composiciones simples, esquemáticas, limpias, austeras, con pocos elementos; por otro lado, una expresión acumulativa y expansiva, un barroquismo que retoma en sus Multitudes y otros géneros asociados.

Estas pinturas fueron expuestas en la sala Libros de Zaragoza en 1950 y en la Galería Buchholz de Madrid, como Pinturas surrealistas de Antonio Saura en mayo de 1951, y constituyen lo que el artista considera sus primeras «verdaderas pinturas»: «El espectador hallará pinturas dispares, pero unidas todas por el deseo –que es único– de encontrar un horizonte distinto, limpio y nuevo», hablaba así un joven Saura de poco más de 20 años.

Fenómenos y Grattages

En el taller parisino que comparte en 1954 y 1955 con Simon Hantaï, con quien continuará una estrecha relación cuando rompa con el grupo surrealista, crea sus Fenómenos y Grattages. En ese momento, y en otros muy posteriores, la obra de Saura se resiste a abandonar una dualidad que bascula entre la extremada acumulación y limpieza aséptica, el barroquismo y la sencillez.

Así describe este periodo el propio Saura en sus escritos: «En momentos difíciles de búsqueda experimental, antes y después de mi ruptura con el grupo surrealista, realicé una serie de pinturas muy diversas que se polarizaron en tres aspectos determinados: la fluidez, la textura, el grattage. Todas ellas fueron realizadas en París entre 1954 y 1955 en un minúsculo apartamento subterráneo de la calle Hegesippe Moreau, la mayor parte en papel y en pequeño formato dada la falta de espacio y la imposibilidad material de comprar telas».

Crucifixiones

Sus Crucifixiones, empleadas con perseverancia a partir de 1957, no obedecen a motivos religiosos. En un extraño pulso con el Cristo de Velázquez, convulsiona la imagen y la carga con un viento de protesta. Saura sugiere que quizás quiso reflejar su situación de hombre a solas en un universo amenazador frente al cual cabe la posibilidad de un grito, o la reflexión de la inutilidad de un hombre clavado absurdamente en una cruz.

Dice Saura: «Desde muy niño me ha obsesionado el Cristo de Velázquez del Museo del Prado de Madrid, con su rostro oculto entre cabelleras negras de bailaora flamenca, con sus pies de torero, con su estatismo de marioneta de carne convertida en Adonis. Podría incluso contemplarme en el brumoso museo, de las manos del padre, observando con fascinación aquello que en la memoria era inmenso, terrible y pacífico crucifijo».

Damas y Desnudos

«La primera vez que vi en un lecho a una mujer desnuda, frente al espectáculo deslumbrador de su cuerpo terso-oscuro, pensé inmediatamente en una alargada caracola marina. En la lejanía de los mitos, la naturaleza era considerada como un inmenso y fértil cuerpo femenino. Cézanne habló de pintar colinas como senos de mujer, algunos graffitis obscenos hacen regresar a la aureola fundamental, y las remotas formas óseas talladas a golpes y laboriosamente pulidas conservan la impronta sagrada del instinto genesíaco y del todopoderoso deseo. Estos desnudos son como paisajes destrozados en el escenario de una cama inmensa que es el mundo entero», afirma el propio Antonio Saura.

Estamos ante un Saura que se sirve de un elemento estructurador, el cuerpo de mujer, sobre el que no niega impulsos fetichistas o sexuales, en todo caso supeditados al uso estructural de la imagen femenina.  «El cuerpo de mujer está presente en todos mis cuadros desde fines de 1955, reducido a su más elemental presencia, casi un esperpento, sometido a toda clase de tratamientos cósmicos y telúricos (si así queremos llamarlos). Puede parecer una prueba de la constante presencia del ser humano en el arte español, pero es sobre todo un apoyo estructural para la acción, para la protesta, para no perderme, para no hundirme en el caos».

Multitudes

En sus Multitudes, Saura crea conjuntos de antiformas, sin una centralidad clara, en un «trabajo rellenador cuyo objetivo es precisamente la ocupación creadora de espacio inédito». Son agrupaciones de rostros sin cuerpo, elementos continuos, repetitivos que se expanden sin límites. Refleja el clamor de las masas humanas, ese rumor colectivo que tanto admiraba en Goya, Munch y Ensor.

Las Multitudes aparecen asociadas a otras variaciones que responden a esa misma intención repobladora del vacío: Acumulaciones, Catedrales, Cocktail party, Montajes, Mutaciones, Repeticiones o Rompecabezas, temas que se solapan en el tiempo y que parten de un mismo hallazgo estructural.

Sus intenciones son claras: «Quisiera pintar seres de plenitud, seres de fertilidad, inocencia y justicia, seres más de amor que de destrucción, toros sin sangre y alegrías verdaderas. No debo saber hacerlo. O a lo mejor ya lo he hecho sin saberlo» […] «He tratado de unificar múltiples aproximaciones de rostros sin cuerpo, de coordinar dinámicamente conjuntos de antiformas en asociaciones orgánicas como si obedecieran, al igual que en ciertos fenómenos biológicos, a necesidades de unión y de repulsión capaces de generar una sensación de continuidad. Continuidad y expansión, ruptura de los límites, agujeros estructurales, ausencia de centralización, consideración de la superficie pictórica como un ente bidimensional destinado a recibir una sistemática y libre ocupación».

Retratos imaginarios

Los Retratos imaginarios mantienen un deseo de personalización y objetivización. Saura precisa que no se trata de un retrato en el sentido estricto de la palabra, sino más bien del encuentro con una imagen ya deseada a través de unos signos que la hacen posible. Respondiendo a impulsos tan variados como opacos, allí están Rembrandt, Dora Maar, Felipe II y el Perro de Goya, una obra para él icónica y única.

Escribe Saura: «En muchas pinturas realizadas a lo largo del tiempo bajo cerrados criterios organizativos, la semejanza con ciertas imágenes del pasado o el presente ha sido hallada posteriormente a su realización, tratándose más bien de correspondencias azarosas que de objetivaciones decididas. El cuadro, en realidad, se conforma obedeciendo a coordenadas distintas de aquellas que, en su origen, provocaron su necesidad, siendo en el interior de su propio combate donde la evidencia de los signos escogidos responde a otra evidencia no menos significativa: la necesidad de su transmutación o alteración por razones eminentemente pictóricas».

Antonio Saura. Biografía

Antonio Saura nace en Huesca en 1930 y muere en Cuenca en 1998. Empieza a pintar y a escribir en Madrid en 1947, mientras se recupera de una tuberculosis que lo mantiene inmovilizado durante cinco años. Comienzan entonces sus primeras búsquedas y experiencias pictóricas. Reivindica la influencia de Arp y Tanguy, pero se distingue ya por un estilo personal. Crea numerosos dibujos y pinturas de carácter onírico y surrealista en los que generalmente representa paisajes imaginarios que plasma en una materia plana, lisa y rica en color.

En 1952 realiza su primera estancia en París y frecuenta al grupo de los surrealistas, de los que pronto se distanciará junto con su amigo el pintor Simon Hantaï. Emplea entonces la técnica del grattage. A partir de 1956, Saura inicia sus grandes series, que pinta tanto sobre lienzo como sobre papel.

En 1957 funda en Madrid el grupo El Paso, que dirigirá hasta su disolución en 1960. Conoce a Michel Tapié y realiza su primera exposición individual en la galería de Rodolphe Stadler, en París, donde expondrá de forma constante a lo largo de toda su vida. Stadler lo presenta a Otto van de Loo, en Múnich, y a Pierre Matisse en Nueva York, quienes también expondrán su obra y lo representarán. Limita entonces su paleta a los negros, grises y marrones. Se afirma en un estilo propio e independiente de los movimientos y las tendencias de su generación. Entra en los principales museos y a partir de 1959 se dedica a una prolífica obra gráfica. Ilustra de manera original numerosos libros como Don Quijote, de Cervantes; Pinocho en la adaptación de Nöstlinger; Tagebücher, de Kafka; o Tres visiones, de Quevedo, entre otros muchos. En 1967 se instala definitivamente en París, se implica en la oposición a la dictadura franquista y participa en numerosos debates y polémicas en los ámbitos de la política, la estética y la creación artística.

En 1971 abandona la pintura sobre lienzo, que retomará en 1979, para dedicarse a la escritura, el dibujo y la pintura sobre papel. A partir de 1977 empieza a publicar sus escritos y realiza varias escenografías para el teatro, así como para el ballet y la ópera. Desde los años 80 hasta su muerte retoma y desarrolla el conjunto de sus temas y figuras.

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