Cabeza de moro

Cabeza de moro, 1889

Ficha técnica

Título
Cabeza de moro
Año
1889
Autor
Sorolla Bastida / Joaquín
Medidas
15 × 11 cm
Clase
Dibujo
Material
Tinta sobre papel verjurado cuadernillo
Soporte
Papel
Serie
Arte de Entresiglos XIX-XX

El protector al que alude la inscripción de este dibujo no es otro que Antonio García Peris, fotógrafo valenciano con quien Sorolla trabajó en su juventud iluminando fotografías, y con una de cuyas hijas, Clotilde García del Castillo, se casó en 1888. Fue por tanto una figura fundamental en la vida de Sorolla, que le prestó apoyo en sus primeros años; este se materializó en la cesión de un espacio en el piso superior de su casa donde poder pintar y vender su obra, y en la asignación de una pensión por su trabajo. Existe un dibujo a plumilla, de las mismas características y con el mismo modelo, que se conserva en una colección particular valenciana, «[dedicado] a mi querido / Protector», firmado en este caso en Roma en 1889.

La importancia de Cabeza de moro (dibujo) estriba en que fecha exactamente el paso de Sorolla por París a su regreso a España desde Italia en mayo de 1889. Hasta ahora, ese paso por París solo estaba documentado por un comentario de Aureliano de Beruete en un artículo. Sin embargo, este dibujo confirma, de mano del propio artista, que Joaquín Sorolla estuvo presente en la Exposición Universal que se celebraba ese año en París, en la que pudo ver la obra de los pintores nórdicos Peder Severin Krøyer (1851-1909), Viggo Johansen (1851-1935), Anders Zorn (1860-1920), Richard Bergh (1858-1919), Erik Werenskiold (1855-1938) y Albert Edelfelt (1854-1905), así como de los norteamericanos Alexander Harrison (1853-1930) y Gari Melchers (1860-1932), que confirmaron el camino del naturalismo que había escogido.

Tras este paso por París, Sorolla y su mujer llegan a València en junio; allí se instalan en la finca de su suegro durante el verano, para después fijar su residencia en Madrid, ciudad que eligen por las mayores posibilidades artísticas que le proporciona.

Queda patente, por tanto, el interés documental de esta obra, pero también destaca por sí misma, ya que en los últimos años hemos asistido a la revalorización de la figura de Sorolla como dibujante, en parte gracias a la catalogación de la colección de dibujos del Museo Sorolla, que custodia el mayor número de obra gráfica del pintor: alrededor de cinco mil ejemplares. Si tenemos en cuenta que el catálogo total de óleos, acuarelas y gouaches de Sorolla es de unas cuatro mil obras, el número de dibujos resulta abrumador. Sorolla se ha revelado de esta forma como un dibujante constante, tanto por la búsqueda de fórmulas compositivas para sus pinturas como por el puro placer de dibujar, así como para entrenar la mano y el ojo para poder resolver rápidamente sus cuadros pintados al natural. Para dibujar utiliza todas las técnicas: lápiz (negro y de colores), carboncillo, tintas de distintos tonos, etcétera. Los soportes son también variados, desde las caras sin escribir de las cartas que le enviaban hasta pequeños fragmentos de papel, los reversos de los menús durante su estancia en Nueva York o los cuadernos de dibujo que le acompañarían siempre, dispuestos a contener cualquier detalle que le interesara. Sorolla, de hecho, inculcó a sus alumnos esta necesidad, puesto que consideraba el dibujo como la base de la pintura: «Dibujad, dibujad, dibujad: eso es todo».

Otras obras de la colección

Figuras sentadas en la playa. San Sebastián
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Sorolla Bastida / Joaquín, Arte de Entresiglos XIX-XX
Otoño. La Granja
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Sorolla Bastida / Joaquín, Arte de Entresiglos XIX-XX
Horno del palmeral de Elche
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Sorolla Bastida / Joaquín, Arte de Entresiglos XIX-XX
Las víctimas de Navidad
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Benlliure Gil / Mariano, Arte de Entresiglos XIX-XX