Ficha técnica

Título
El piropo
Año
1910
Autor
Mongrell Torrent / José
Medidas
89 × 119 cm
Clase
Pintura
Material
Acrílico sobre tela
Soporte
Tela
Serie
Arte de Entresiglos XIX-XX

José Mongrell, al igual que Manuel Benedito, Antonio Fillol, Julio Vila Prades o José Pinazo Martínez, es un nombre clave en el desarrollo del modernismo y el regionalismo valencianos. Ellos forman parte de una generación nacida en torno a 1870 que hubo de asumir la difícil tarea de dar continuidad al nivel que habían marcado maestros anteriores como Muñoz Degrain, Ignacio Pinazo, Emilio Sala, Cecilio Pla o Joaquín Sorolla; este último fue maestro o guía de casi todos ellos durante un tiempo. Mongrell, un hombre muy activo en el desarrollo de la ilustración gráfica modernista, colaboró también en la decoración de edificios emblemáticos de la València moderna, como el mercado de Colón (1916), de Francisco Mora, o la estación del Norte (1917), de Demetrio Ribes. En sus inicios José Mongrell fue alumno de Ignacio Pinazo Camarlench, pero a partir de 1900 comienza a acercarse a Sorolla y se convierte en uno de sus discípulos más fieles y predilectos, si bien la obra de Mongrell tiene acento y carácter propios. Su pintura es más sólida y acabada, más clásica y disciplinada, en especial a partir de 1910. No olvidemos que en sus escritos se proclama admirador de la obra de Puvis de Chavannes. Pero Mongrell es además un gran colorista, tiene un sentido moderno del color: su paleta es pura y brillante, con notas bastante audaces, y la pone con frecuencia al servicio de los valores decorativos de su pintura más esteticista.

Aparte de sus dotes de retratista y paisajista, Mongrell desarrolla una amplia serie de pintorescas escenas valencianas en las que se impone una visión optimista, desenfadada y sensual, que se expresa a base de requiebros e insinuaciones en exuberantes y floridos parajes; una Arcadia huertana, galante y sensual, de un erotismo risueño, que sustituye la imagen decadente de la mujer propia del simbolismo por otra, sana y robusta. La representación del amor es una de las constantes en su pintura regionalista. El paisaje misterioso de otros simbolistas da paso a uno real y luminoso donde se detecta la influencia de su maestro Sorolla. La sensualidad de la pintura valenciana, el paganismo del que a veces se le acusa, tiene en Mongrell un claro exponente, aunque el desarrollo de estos temas viene en parte determinado por la demanda de una clientela internacional, principalmente suramericana, que adquiría sus obras por medio de Artal.

Hay un primer momento de retorno al orden, hacia 1906, en el que la pintura española de fin de siglo regionaliza el modernismo, como hacen Mongrell, Fillol, Benedito o José Pinazo; el sentido de la línea y el dibujo supone una primera reacción frente a la imprecisión más o menos impresionista de la generación anterior. La concepción clasicista que Mongrell imprime durante esos años en sus obras de temática valenciana es percibida por la crítica coetánea, que ve un fondo helénico en algunas de sus labradoras. Pero es en la correspondencia con Rafael Doménech donde se encuentran textos explícitos y reveladores de hasta qué punto la cuestión de un retorno a lo clásico se suscita por parte de artistas muy diferentes. Si Mongrell gustaba de Puvis, no debió de mantenerse indiferente a las exaltaciones que su amigo Doménech le hacía de Fidias como suma expresión de la serenidad clásica. Los estudios de telas, y sobre todo la caída de paños de los ropajes de pescadores y labradores, reflejan la fuerza de estas observaciones y la búsqueda de un clasicismo al que se mantuvo fiel.

El lienzo Anacreóntica (ca. 1909), conocido después como El piropo, guarda en su propio título la clave del espíritu y sentido de este tipo de obras de Mongrell. Su pintura quiere, al igual que el poeta lírico griego de la antigüedad, cantar los placeres del amor y el vino. La exaltación pagana de Mongrell adquiere toda su magnitud en estas pinturas. Junto a las imprescindibles naranjas no faltan en sus creaciones los abundantes cestos de uvas y frutas que a veces portan las gradivas valencianas como si careciesen de peso. Como es habitual en estas obras, también esta se deja leer en el marco simbólico de la edades del hombre: con la ninfa encontramos aquí al apolíneo joven, cuya lira ha sido metamorfoseada en guitarra y hacia quien ella muestra elocuentemente su simpatía, y al también recurrente personaje del viejo mirón velazqueño representando una senectud dionisíaca que quiere dar impulso a sus últimos bríos.

Otras obras de la colección

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