La obra pertenece a la denominada serie Cuadrados, dedicada a establecer variaciones diversas sobre esa forma, dentro del calificativo genérico de Figuras imposibles, una modalidad de investigación plástica que José María Yturralde desarrolló ampliamente en los primeros años setenta, buscando generar juegos de figuras geométricas complejas ubicadas exactamente en la línea ambigua de proyecciones bi/tridimensionales.

Tal trabajo pictórico —exigente, minucioso, perfeccionista, sumamente codificado en su ambigüedad geométrica y cromática— se encuadra en un constructivismo paradigmático, proclive a los juegos visuales y los efectos creativos de figuras imposibles que caracterizaron una etapa muy productiva del autor.

Aparentemente, la representación de un cuadrado parece algo banal; sin embargo, al reflexionar sobra la obra, nos acercamos a un mundo fantástico como eslabón preciso del sentido espaciodimensional que la especie humana, en su evolución, ha ido construyendo. El significado simbólico alude con firmeza tanto a lo intelectual como a lo material. El cuadrado, en el sentido psíquico, es una de las figuras básicas y pregnantes: regularidad, simetría, cerramiento, unidad, sencillez máxima y simplicidad.

Se trata de una figura en principio cerrada, de modo que tiene que captar más la atención, aunque sus aperturas estructurales dispersan algo más el interés, y esto debería crear una cierta asimetría perceptiva.

La figura se diferencia claramente del fondo, y este último es neutro y se halla lo más alejado posible. Está construida a partir de un cuadrado simple; por ello debía ser simétrica, aunque la proyección con una determinada perspectiva le confiere una cierta dinámica asimétrica. El volumen se acentúa por los contrastes de color y entre claro y oscuro. La tendencia general es la de resaltar y evidenciar la figura mediante un máximo de relieve y articulación dentro del contenido pregnante, separando totalmente la representación del fondo, mientras que la aplicación del color se simplifica al máximo mediante el empleo de tres o cuatro tintas planas y partiendo de los colores básicos fundamentales y pregnantes (rojo, en este caso), además de ciertas escalas de claro/oscuro y diferentes grados de saturación.

Por lo que respecta a la textura, esta es plana e impersonal. Se potencia un guiño hacia el mundo industrial y de seriación. Pero los pinceles dejan una impronta humana, como aterciopelada, que se nota. No es estrictamente, pues, un acabado industrial.

En la obra se produce un movimiento virtual lento, desde el centro hacia los vértices y aristas, que sigue las líneas de los ejes y de las bisectrices hasta los puntos de cambio direccional máximo. Técnicamente, la pieza fue proyectada para realizarse en posibles diversas escalas tipo; seriescasi modulares, con variantes de color, forma y estructura. Los soportes
son de madera prensada muy ligera.

El cuadrilátero perceptivo no coincide con las medidas del cuadrado geométrico, dado que la altura es menor que la anchura. Artistas como Rothko aplican este principio para dotar al soporte de sus obras relacionadas con el cuadrado, corregido perceptivamente, de una solemne estabilidad que no pose el cuadrado matemático. Es casi un instrumento de magia constructiva. La idea del cuadrado se ha pintado y construido desde tiempo inmemorial con soportes muy semejantes. Los cuadros y las cuadrículas de los planos obedecen a este mismo criterio, que Yturralde investiga en sus figuras imposibles.

En conclusión, la presencia física de esta obra, que intenta ir algo más allá de la bidimensionalidad del cuadrado (sin que deje de serlo), casi pretendidamente objetual, podríamos describirla como la sensación visual de un objeto tridimensional (sin que se pierda la conciencia de su bidimensionalidad), proyectada mediante los sistemas de perspectiva axonométrica.