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Ficha técnica
Jarrón de cristal con un ramo formado por diferentes tipos de flores: geranios blancos (Geranium); maravilla común (Calendula officinalis); clavel chino (Dianthus chinensis); jazmín (Plumbago auriculata albis); rosácea, tal vez la llamada espumosa de las cien hojas (Rosa centifolia muscona); alhelí doble (Matthiola incana); ancolia (Aulegia Hybrida); peonía de santa Rosa (Paeonia officinalis) Rubra Plena; rosácea; arañuela (Nigella damascena); áster de otoño (Aster autumn); espuela de caballero silvestre (Delphinium consolida); flor de la familia de la campánulas; flor de la familia de los áster.
Jarrón de cristal con diferentes clases de flores, entre las que se encuentran las siguientes: crisantemos; rosáceas; mirto (Myrtus communis); maravilla común (Calendula officinalis); crisantemo botón de plata (Chrysanthemum indicum); tulipán (Tulipa gesneriana L.); amapola imperial (Papaver orientale); liliácea; alhelí imperial (Cheiranthus cheiri); escabiosa del Cáucaso (Scabiosa caucasica).
En estos dos floreros, la composición se organiza de un modo regular a partir de la jarra de cristal que descansa sobre un tablero, en el que se dispone el ramo, formado por una gran variedad de flores, que son descritas con todo detalle y con una dimensión más decorativa que naturalista, dentro de una estética propia del siglo XVIII. Se trata de una composición floral sencilla dispuesta sobre un fondo neutro. La única ambientación espacial nos la ofrece la disposición de la jarra de cristal sobre una mesa de la cual solo se ve el tablero; se apoya en un fragmento de madera con unas ramas verdes, tal vez las desechadas a la hora de componer el ramo. La calidad de su técnica pictórica nos permite apreciar, gracias a unas pinceladas blancas, el reflejo de la luz sobre el cristal de la jarra, así como su transparencia, al poderse ver los tallos de las flores.
A la vista de sus características técnicas, ambas obras podrían situarse en torno a la última década del siglo XVIII, dentro del llamado segundo periodo del artista, en el cual las composiciones están realizadas con una técnica suelta y más empastada sobre fondos oscuros, sin elementos accesorios. El fuerte efecto tenebrista, más propio de los pintores del Barroco, conseguido por el fondo oscuro, contrasta con la luminosidad que aportan las flores blancas. Ambas obras se relacionan muy directamente con los Floreros regalados por el artista en 1788 al entonces príncipe de Asturias, don Carlos de Borbón, futuro Carlos IV, y que actualmente forman parte de las colecciones del Museo de Prado. Pintor de cuidada técnica y delicado colorido, su estilo denota el conocimiento de los pintores flamencos de flores del siglo XVII y de sus contemporáneos franceses. Durante su etapa juvenil trabajó en la Real Fábrica de Seda, Oro y Plata, establecida en la iglesia del Carmen de València, donde tuvo la oportunidad de tomar contacto con dibujantes y maestros tejedores franceses de la Grande Fabrique de la Soie (Lyon).
El desarrollo de la industria sedera en la ciudad de València durante la segunda mitad del siglo XVIII propició que la Academia de Bellas Artes de San Carlos crease una sala dedicada al estudio de flores, ornatos y otros diseños aplicados al tejido, con la finalidad de suministrar una gran variedad de modelos a la industria de la manufactura de la seda, que se había convertido en una de las más importantes del país. De este modo, los tejidos valencianos, considerados de utilidad para el Estado, podían competir con los de otros países, razón por la cual Carlos III, monarca ilustrado, dotó a la Academia de Bellas Artes de San Carlos, oficialmente fundada por él en 1768, a semejanza de la de San Fernando, de estas enseñanzas específicas, tal y como se desprende del contenido de la
Real Orden de 1778. No será hasta 1784 cuando se haga efectivo el nombramiento del primer director del estudio de flores y ornatos, Benito Espinós, que ocupó el cargo hasta 1815.