Uno de los pintores más importantes de nuestra generación de los ochenta, Juan Navarro Baldeweg, que recibió en 1990 el Premio Nacional de Artes Plásticas, es también uno de nuestros más grandes arquitectos, lo que en el terreno internacional le ha hecho merecedor, nueve años más tarde, de la Heinrich Tessenow Medaillle, distinción instituida en memoria de ese singularísimo arquitecto alemán de los tiempos heroicos de la modernidad. Una medalla que en 2012 obtendría otro español, Alberto Campo Baeza, compañero suyo en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Como no podía ser de otro modo dada esta doble militancia de Navarro Baldeweg, sobre la cual ha reflexionado mucho, hay vasos comunicantes entre sus dos dedicaciones y, en consecuencia, no pocos de sus cuadros nos hablan de arquitectura. No esta o aquella arquitectura, no el tipo de citas arquitectónicas que encontramos a menudo en su compañero de generación Pérez Villalta —quien, por cierto, había iniciado estudios de esa carrera y ha fotografiado inmejorablemente, en clave muy Ed Ruscha, muchos edificios neomodernos—, sino la arquitectura como concepto. «Uno de los problemas de la arquitectura —ha dicho Navarro Baldeweg en Conversaciones con estudiantes (Barcelona, Gustavo Gili, 2011); en realidad, una única conversación en la capital catalana, en La Pedrera, en 2006, recogida por Gillermo Zuaznabar— es hacer emocionante la vida, las coordenadas de la vida». Emocionantes son ciertamente los cuadros que componen el bellísimo ciclo de las Casas romanas, de 1984-1985, también conocidas como Casas pompeyanas; y, por cierto, los críticos de arquitectura han señalado que una de las influencias patentes en los edificios del cántabro es la construcción romana. O los Baños negros (1986), tan matissianos y alhambristas, aunque los baños de este pintor nos llevan a pensar también en las bañistas de Cézanne, otro faro generacional de aquel tiempo español. Sin olvidar los no pocos cuadros inspirados en su casa y su estudio de Xaló.

Este cuadro romboidal, intenso y luminoso, de dominante roja y en el que canta el verde, fue expuesto en 2006 por la Galería Senda de Barcelona en el marco de la individual «Navarro Baldeweg. Habitación con figura: cariaciones». Inmediatamente después fue exhibido por esa sala en Arco, donde lo adquirió la Fundación Bancaja; en esa edición de la feria, el pintor fue además el artista elegido para el stand de El País, donde también se pudieron ver otros dos cuadros del mismo ciclo. A este, relativamente amplio, pertenecen otros cuadros que se vieron en sus individuales en Marlborough-Madrid de 2007 y 2010. En todas estas variaciones sobre un mismo tema, de lo que se trata es de representar una habitación —a veces, decorada por un cuadro y en la que también hay un biombo— con una figura leyendo o durmiendo.