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Integración férrea 70, 1970
Ficha técnica
En la realización de la serie Integraciones, tan característica y a la que pertenece la presente obra, encontró precisamente el autor la base experimental que le permitió definir su particular lenguaje abstracto, personal y sumamente diferenciado. Elaborada con técnicas mixtas, sobre todo en este caso con materiales ferruginosos, a partir de una secreta base sustentante de madera, la pieza (1970) supone un explícito y rotundo homenaje al mundo industrial y a sus derivados técnicos, propio de aquella coyuntura histórica del desarrollismo franquista. Un lenguaje específico el suyo en el cual las formas geométricas recortadas constituyen un vocabulario determinante, superpuestas en capas descendentes hacia el fondo de la pieza, de donde emerge el fuerte contraste con el vacío que dejará ver el muro, una vez colgada la obra. Además, los cromatismos, sobrios en su oscura intensidad, encajan plásticamente con las formas metálicas resultantes, que quedan sujetas por remaches, tornillos y tuercas, perfectamente dispuestos e integrados en el conjunto estructural que define la rotunda sobriedad de la pieza.
Esta obra de Salvador Soria es plenamente representativa de una de sus etapas estilísticamente más consolidadas, fase que ocupa y recorre históricamente la parte más dilatada de su personal itinerario artístico. Tras abandonar la fase figurativa previa —centrada en la descripción de escenas del entorno de la realidad cotidiana, también de gran interés y valor estético—, evolucionó hacia el tratamiento abstracto de estructuras construidas con materiales metálicos. Quizá la fase de transición hacia su nuevo lenguaje artístico se inició con el rescate de un portalón abandonado y viejo que estética y plásticamente lo sedujo y que incorporó resolutivamente, en una experiencia compositiva de referenciada arquitectura popular, a una escena, aún en buena parte figurativa, de una de sus obras de paulatina mutación estilística. Se trataba de la histórica frontera entre figuración y abstracción que tanto eco tuvo en aquellas décadas.
Las claves sintácticas de esta amplia serie de obras quedan perfectamente resumidas en esta pieza: materiales y geometría, colores y formas planas recortadas obedecen a un minucioso cálculo de diseño previo. El diálogo entre el arte y la industria se materializa y resume decididamente, por tanto, en estas estructuras sobrias y elegantes, resolutivas en su articulación compositiva y de intensa y enigmática visualidad.
La originalidad de la serie Integraciones que, a pesar de su relativa evolución posterior —con la incorporación de colores más vivaces y contrastados y la complejidad de materiales añadidos, junto con el crecimiento de sus formatos— siempre mantuvo la identidad sintáctica y el impacto visual de sus composiciones, es ciertamente indiscutible. Salvador Soria fue capaz de conformar un personal código estilístico en estas piezas, pero también de construir a través de su práctica artística un modelo iconográfico identitario, diferenciado y plenamente característico de su personal quehacer pictórico.
El hombre y la máquina conformaban, para él, un tándem que lo motivó abiertamente y por el que dejó de lado su anterior interés por la plasmación de la vida cotidiana que había mostrado en destacadas pinturas vinculadas a sus series anteriores. Asimismo, paralelamente al desarrollo cronológico de sus integraciones, su creatividad dio paso a las Máquinas para el espíritu, esculturas móviles que enlazaron adecuadamente, en ese indicado diálogo entre la técnica y el arte, con las experiencias pictóricas basadas, sistemáticamente, en las estrategias comentadas. En ese sentido, la pieza de la colección, como ya se ha apuntado, representa un adecuado ejemplo pictórico de la rotunda práctica artística que Salvador Soria introdujo, con autoridad, en el panorama del arte contemporáneo valenciano.