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Paisaje del Saler, 1978
Ficha técnica
Paisajista por definición, en su extenso itinerario pictórico Lozano fue uno de los destacados artistas de principios del siglo XX que tomaron sobre sus espaldas la no fácil tarea de distanciarse de las herencias sorollistas para transformar a fondo su legado de luz y color. Con el paso del tiempo centró sus intereses pictóricos —no exclusiva pero sí básicamente— en solitarias escenas de arenales de playa y de dunas fijas de las costas valencianas. Lozano fue capaz de ir confeccionando, de forma meditada y experimental, un código pictórico sumamente personal que ha determinado incluso la escenografía básica de la mirada mediterránea en la historia de nuestra pintura.
De hecho, cabría afirmar que, por medio de sus paisajes, consiguió proponer una imagen personal, un modo específico de interpretar el maridaje de la flora silvestre autóctona —generada en pequeños matorrales redondeados, superpuestos y generalizados onduladamente— sobre los interminables arenales de las playas valencianas, en sus extraños silencios y soledades pintadas.
Al referirse a su pintura, se habla comúnmente de pintura de paisaje. Pero no estaría nada mal, dada la minuciosa riqueza de su técnica y de los estudiados procedimientos empleados —como los singulares
acuchillamientos de sus trazos al fijar algunos matorrales representados en sus lienzos—, poder hablar también del paisaje de su pintura, es decir, de su consolidada plasticidad.
Al abordar el estudio de la práctica pictórica de Francisco Lozano, posiblemente quepa aplicar el concepto de estilo en su propuesta paisajística en el doble sentido que puede darse a dicho término: por una parte, como modo de hacer individual, es decir, como elaboración subjetiva (manera de mirar y ver sumamente específica), y, a la vez, como plena consecución de un código reconocible, planteado como lenguaje colectivamente asimilado.
Al fin y al cabo, si el paisaje en general obedece al viejo dictum operativo ut natura ars, cabría quizá afirmar, tras la herencia artística patrimonial de Lozano en sus paisajes de playa —con sus formas redondeadas, sus controlados y minuciosos cromatismos y su línea de horizonte elevado para marcar la franja superior de cielo azulado—, que nos hemos acostumbrado a ver la naturaleza a través de sus obras: ut ars natura.
Sin duda, sus inolvidables playas desiertas —nacidas de una concreta práctica pictórica sustentada en un dominio técnico convertido en espontaneidad ejecutiva, pero sobre todo basada en la observación directa de la realidad au plein air— nos hablan de una zona mediterránea y de una serie de plantas que en ella medran con su propio y regulado ecosistema y que soportan la sequedad y la insolación impenitentemente. De ahí que la mirada plenairista de Lozano sea, a la vez, analítica y sintética. Analítica, en cuanto a los detalles enraizados en formas redondeadas y seriadamente repetidas, y de colores sumamente estudiados y minuciosos, bajo la franja del persistente cielo azul. Sintética, en la visión acumulativa y de conjunto que consigue, inequívocamente, al componer sus personales arenales
costeros, convertidos siempre estilísticamente en indiscutibles modelos iconográficos a su favor.
En conclusión, Lozano fue capaz de repensar la técnica pictórica que aplicaba y enseñaba, como profesor de Bellas Artes, como un medio lingüístico sobre y desde el cual actuar estéticamente. Ser creativo es descubrir una manera de mirar y de interpretar la realidad, decía, pero también un modo de pensar y de construir la obra, postulando siempre un coherente equilibrio entre su dimensión semántica y su riqueza plástica, niveles ambos profundamente humanos.