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Paisaje (homenaje a Cézanne), 1987
Ficha técnica
Este Paisaje es una de las versiones pertenecientes a las series en las que la autora reinterpreta, en la década de los ochenta, composiciones clásicas. En este caso, se trata de un homenaje a Paul Cézanne por medio de su relectura personal del cuadro La mer à l’Estaque (1879). La composición, en el caso de Rosa Torres, es el pretexto para abordar la interpretación de esta imagen concreta, en la que ejercita diferentes soluciones pictóricas, dando lugar a una sintaxis sumamente personal gracias a un repertorio de líneas, planos, pinceladas, manchas y trazos articulados en el espacio de la representación.
En este cuadro, Torres utiliza sistemáticamente trazos planos que imitan, de manera explícita, los grafismos del rotulador. La idea básica puesta en práctica es la de investigar diferentes códigos dentro del lenguaje de la pintura, con la intención de encontrar nuevas soluciones y efectos plásticos.
En la estructura de esta composición paisajística pueden diferenciarse varios planos horizontales cortados por las formas verticales de los árboles y por el plano central de las casas. Por una parte, los planos horizontales responden a distintas soluciones pictóricas; de hecho, algunos de los citados planos repiten colores y formas (por ejemplo, el follaje de los árboles en la parte de arriba del cuadro y la abundante vegetación en la base).
Por otro lado, puede observarse la rotundidad de los planos verticales de los árboles, pintados con colores cálidos, haciendo destacar más con ello su verticalidad, así como el plano central, que aglutina las construcciones de las casas. Téngase en cuenta que todos estos planos están a la vez rodeados de colores fríos, verdes y azules, que aún refuerzan más sus contrates. Asimismo, la dirección de los grafismos enfatiza la presencia de planos verticales, amarillos y rojos en los troncos y la existencia de construcciones de planos horizontales en el mar y también en la base y las diagonales del follaje. Con ello se añade complejidad perceptiva y riqueza formal al conjunto, sumamente estudiado.
En cuanto a los tonos cromáticos, hay que subrayar que Torres siempre procura un juego calculado de distintas intensidades. Los trazos están superpuestos, además, teniendo en cuenta precisamente esas distintas intensidades de color; la autora intercambia y alterna los verdes con los azules, algo más claros, y los negros. Por su parte, el azul oscuro del mar, la mancha más grande que mantiene un único tono y color, remarca los cálidos ocres y rojos de su entorno.
Con esta relectura iconográfica de Cézanne y al centrarse en l’Estaque, Rosa Torres entronca directamente con toda una serie de trabajos pictóricos que diferentes autores de la vanguardia dedicaron justamente a un concreto paisaje físico. Iconográficamente, pues, como nos ratifica la propia historia, el lugar se convirtió en un extraño destino pictórico, vinculado al mirador del golfo de Marsella. Este reto iconográfico guarda relación con un amplio rosario de ismos y de nombres de artistas que, entre 1860 y 1920, trabajaron allí en sus proyectos. Impresionismo, fauvismo y cubismo arropan y relacionan definitivamente nombres como Cézanne, Braque, Derain, Dufy, Marquet, Friesz o Renoir, entre otros, con l’Estaque.