De padre electricista, Jacqueline Roque nació en París el 24 de febrero de 1926; su madre, costurera, se vio obligada a trabajar de portera en un lujoso inmueble del distrito XVI. Cuando Jacqueline tenía solo dos años, su padre las abandonó. A los veinte, Jacqueline se casó con el ingeniero André Hutin, aunque enseguida el matrimonio resultó un fracaso. En 1948 nació su hija Cathy, con quien Jacqueline siempre mantendría una relación difícil. La familia vivió durante un tiempo en África, hasta que Jacqueline abandonó a su marido después de sospechar que este le era infiel. Jacqueline se trasladó a Vallauris, al sur de Francia, y allí fue donde conoció a Picasso en 1952. El artista pasaba un momento de tensión con Françoise Gilot, quien terminaría por abandonar a Picasso junto con sus dos hijos, Claude y Paloma. Jacqueline Roque trabajaba en la cerámica de Madoura (apodo de Suzanne Ramié), un taller de cerámica de Vallauris con el que Picasso colaboraba desde 1946. Jacqueline encarnaba, a ojos del viejo maestro, la belleza de las mujeres españolas. En 1961 se fueron a vivir a la casa de Notre-Dame-de-Vie, en Mougins, y se casaron el 2 de marzo de ese año en Vallauris; Jacqueline permanecerá junto a Picasso hasta la muerte del artista, sucedida el 8 de abril de 1973.

Entre los años 1954 y 1973, el rostro de Jacqueline se repite sistemáticamente en las creaciones de Picasso. Se transforma y cambia; en muchas figuras femeninas se adivina su presencia a través de la mirada, la posición del cuello o la expresión. Durante casi veinte años la retrató repetidamente: en 1962 se contabilizan más de setenta retratos de Jacqueline leyendo o haciendo punto, con el pelo recogido o suelto, acariciando a su perro o con su gato en el regazo, adoptando una postura infantil de piernas cruzadas sobre una mecedora, vestida a la turca o a la española, desnuda, o posando sentada, como si se tratara de una diosa.

Sobre el lienzo (de suaves y alegres colores), el papel, las planchas de linóleo, el cobre o sobre cartón recortado y plegado, aparece siempre individualizada, observada, casi espiada, por la penetrante mirada de Picasso. En ocasiones delicadamente realista y, en otras, esquematizada hasta el extremo, la imagen que Picasso muestra de su segunda esposa está llena de matices.

Los retratos de Jacqueline destacan por su serenidad, ausencia de agresividad y de violencia. Sosiego en la expresión y la mirada, en ocasiones algo nostálgica y lejana, pero siempre tranquila y atenta. Algunas veces la cabeza parece estar posada sobre un cuello esbelto que le da un aire de pájaro vigilante, expectante, mientras que otras, sometido a personales transformaciones, el rostro revela dos perfiles, femenino y masculino, a los que parece unir un beso. Los seis retratos que forman esta serie, realizados en 1962 con la técnica del linograbado, se caracterizan por sus colores vibrantes, modelado exquisito e inspiración cubista.

El final de sus días fue de soledad. Jacqueline se suicidó de un tiro en la sien en Notre-Dame-de-Vie el 15 de octubre de 1986.

Las seis estampas editadas en 1963 por la galería Louise Leiris de París fueron estampadas por Hidalgo Arnera en 1962 con las matrices de los linóleos originales grabados por Picasso. La tirada fue de cincuenta ejemplares numerados de 1/50 a 50/50, más unas treinta y cinco pruebas de artista, de las cuales ocho están firmadas por Picasso y una de ellas forma parte de la Colección Fundación Bancaja.