En este díptico, uno de sus trabajos dedicados al tema de la crítica de arte, Castejón plantea un diálogo escenográfico entre la figura del crítico y la del artista, entreverado compositivamente con las obras que se adivinan al fondo de la representación. Ese triple núcleo figurativo (obra-crítico-artista) se convierte en leitmotiv de todas las piezas de la serie sobre la crítica de arte, iniciada a finales de los noventa y que culmina en 2006.

A la izquierda, el artista, sentado frente a sus trabajos, manifiesta su opinión a su interlocutor. Frente a él, el crítico también interviene activamente, reforzando así la escena de diálogo, que es la base de la representación. Crítica, pues, entendida como visión, reflexión y contraste de pareceres.

La luz irreal que llega por la izquierda, junto con determinados arrepentimientos espontáneamente mantenidos, configura un escenario misterioso, de cierta teatralidad y raigambre clásica, que brinda al posible espectador de la pieza una interpretación abierta en torno a las funciones de la crítica de arte.

Con respecto al análisis estilístico y formal, la pieza entronca con la neofiguración. Desde finales de los ochenta, Joan G. Castejón retoma la herencia de las formas clásicas de la figura humana, sujetas a una cierta idealización canónica. La composición formal del díptico es horizontal.

Existe un estudiado equilibrio compositivo entre las dos partes de la obra, que dialogan en un mismo nivel espacial. La austeridad cromática, propia del dibujo, sobre el fondo basto y sepia del cartón, aporta calidez a la escena y al significado del conjunto. Estilísticamente, las líneas refuerzan la estabilidad, pero, al tratarse principalmente de escorzos, apuntan un cierto movimiento contenido que acentúa la sensación de diálogo entre ambas formas figurativas, enfrentadas compositivamente. Existe una fuerte relación iconográfica entre todas las obras que integran la serie dedicada a la crítica de arte como tema monográfico. También el esquema de la distribución compositiva respeta una especie de clave iconográfica común. Por una parte, la presencia del crítico inclinado hacia el autor de la obra, buscando el entendimiento, profundizando quizá en la interpretación especializada, frente a los posibles contempladores. En el fondo, se postula la existencia de un tipo de mirada capaz de penetrar y disfrutar de la experiencia estética como recurso de formación del gusto y de valoración de la obra. Por otra parte, la calavera que cubre la cabeza del artista reemplaza toda posible corona triunfal, abundante en algunas claves iconológicas de raíz clásica. El artista triunfador. De hecho, en este planteamiento pasa de la gloria al misterio, para enlazar con la tradición de la vanitas, con la presencia de la muerte, de la futilidad de los empeños humanos. Sic transit gloria mundi.

Esa cierta ambigüedad, vinculada con la figura del artista como creador, parece ubicarlo en el contexto humano del esfuerzo y la lucha que implica la conquista de la gloria, pero al socaire de las realidades terrenas. Iconográficamente, la pintura comentada enlaza de forma resolutiva con la escultura pública de 2006, del mismo título y serie, instalada en la plaza del Ayuntamiento de Elx.

La capacidad pictórica del autor, de sólida formación y experiencia en el desarrollo de una figuración potente —con suficiente versatilidad compositiva, estudiada sobriedad cromática, fortaleza en el dibujo y destacado tratamiento de luces—, convierte a Castejón en uno de los más significativos valores en su especialidad. La representación de la figura humana se resuelve en un alarde de juegos formales y en un denso entramado narrativo de escenas abiertas a la reflexión de nuestra historia cultural.