Cuando con motivo su individual de 2002 en la madrileña Galería Marlborough al firmante de estas líneas le correspondió redactar el prólogo del catálogo, dejó escrito lo siguiente sobre la obra más importante de cuantas ahí se pudieron contemplar: «Tríptico de los dos horizontes, el [cuadro] de mayores dimensiones, tres metros de alto por seis de ancho, y también el más complejo y el más abstracto, cuadro que tiene alientode mural, y que presumiblemente en Marlborough será colocado en el eje central, en la pared del fondo, resulta […] prodigioso, por cómo, sobre una trama constructiva, estalla en él la luz, estallan los drippings, estallan los colores, los amarillos y los rojos, en diálogo con los azules y los negros. Muro energético, radiante, esplendente, muro último, red, verticalidad manifiesta: una de las obras maestras de su autor, y el cuadro suyo que más me ha impresionado desde esa otra imagen definitiva que es Noche y día (1996), que pertenece a la colección del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía».

«Juan Navarro Baldeweg en el puente Atake» se titula el texto del que extraigo las líneas precedentes: en el recuerdo, aquel inmortal grabado de Hiroshige de la lluvia sobre el citado puente. Y abriendo este, una cita de uno de los éventails japonizantes de Paul Claudel. En la cubierta del catálogo, donde aparece, se reproduce el panel de la derecha del tríptico. Ramón Rodríguez Llera es autor de un libro sobre las Resonancias orientales en la obra de Juan Navarro Baldeweg (Universidad de Valladolid, 2014). Resonancias a las cuales hemos hecho abundantes referencias cuantos nos hemos acercado a la producción de Baldeweg, tan abundante en citasa Hiroshige —que dentro de la Colección Fundación Bancaja tiene en Opie a otro rendido admirador—, a caligrafías chinas o japonesas, a lamparillas o a dragones que, como ha explicado Ángel González, son símbolo del poder del emperador… No podemos olvidar tampoco el carácter bastante oriental del paisaje alicantino, algo sobre lo que vuelve Ángel, ahora cambiando China por Japón: «Siempre hemos dicho que esta región de la Marina Alta tiene un aire japonizante, sobre todo cuando los almendros están en flor,como sucede en la Provenza».

La luz es la gran protagonista, a la postre, de este bellísimo tríptico entre Oriente y Occidente, y también una de las protagonistas habituales de los cuadros de su autor. De la luz ha hablado a menudo el pintor y arquitecto. Ejemplo de ello es lo que le cuenta a Jesús Ruiz Mantilla, visitante de su casa y estudio de Xaló, en referencia a su llegada a la capital española, procedente de su Santander natal: «Lo que más me maravilló al llegar a Madrid a estudiar con 17 años fue la luz, tan distinta. Fue como unarevelación muy gratificante. Paseaba por la ciudad para disfrutar de ella, del colegio mayor al casón del Buen Retiro. Como aquí, en Alicante, una luz muy bella, matizada, dulce, blanquecina».

La fórmula tripartita ya la había utilizado Navarro Baldeweg en el Tríptico de Bihzad (1999), en homenaje al miniaturista persa del siglo XV de ese nombre y el de mayor notoriedad en su tiempo.

Trípticos ambos con vocación de mural. Por desgracia, no se encargantantos murales en la España de hoy ni se piensa demasiado en esa clave, en la integración de las artes, que fue la especialidad del venezolano Carlos Raúl Villanueva, pero, si hay un pintor entre nosotros que sería capaz de encarar satisfactoriamente este tipo de empeños de envergadura —hablamos de envergadura física, pero también conceptua—, ese es Navarro Baldeweg.