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- Veduta I con embarcadero y Veduta II con arco de triunfo
Ficha técnica
Aunque en la Edad Media ya se habían imitado la ciudad y la civilización romana, siempre fue por motivos más importantes que los meramente estéticos. Además, hasta el siglo XV no se valoraban ni se cuidaban las ruinas: se reutilizaban para edificios nuevos y, por otro lado, estaban mucho más enterradas. Recuérdese la frase que se dice aún en Roma: «Quod non fecerunt barbari, fecerunt Barberini». Las ruinas son, en cualquier caso, un tema de reflexión cultural y moral, cuando no un capriccio.
A partir del siglo XVII esas arquitecturas pintadas siguen en cierto modo un proceso similar al de las naturalezas muertas. Así, Annibale Carracci (1560-1609) o Domenichino (1581-1641) forman parte de esa fecunda generación que frecuentaba el taller de Agostino Tassi (1566-1644) y que fundirá el clasicismo boloñés con el detallismo nórdico. Ya no son fondos de escenas sino historias en sí mismas; pintan metáforas del tiempo, sin realidades. Pintar ese tiempo es robárselo a la historia, incluso cuando sirve para encajar escenas anacrónicas de la Biblia, para retomar el pasado y situarlo en escenarios teatrales.
Esa forma simbólica de representación en perspectiva la había codificado Serlio décadas atrás con una arquitectura ideal casi romántica y un escenario donde pasan cosas. La ruina y lo antiguo como testimonio de lo imprevisible de la fortuna y la caducidad de las cosas. Las imágenes se acumulan desordenadamente en la superficie de representación que son los cuadros y casi se reta al espectador a descubrir un enigma. A la postre, es un poco telón y arquitectura fingida, sin ser una cosa ni otra.
Será Tassi, y más tarde Claudio de Lorena (1600-1682), que también frecuentó a Tassi, el que sistematizará esa tipología: edificios en planos
paralelos, con perspectiva y foco lumínico al fondo. Pocos años después, será Salvatore Rosa (1615-1673) el que se encargará de difundirla fuera de Roma: este crea el sfumato en el aire del mismo modo que lo hará Lorena.
En ese mundo italiano vive Giovanni Ghisolfi (1623-1683), nacido en Milán y que hacia mediados de la centuria se traslada a Roma, donde pinta incesantemente vistas de la Ciudad Eterna con ruinas y templos romanos, siguiendo básicamente la maniera de Claudio de Lorena y de Salvatore Rosa. Con un estilo un tanto repetitivo y sin el carisma de las obras del lorenés, es, sin embargo, muy apreciado en el siglo XIX y le encargan abundantes obras en Pavía, Vicenza y otras ciudades italianas.
Por sus características formales —comparándolas con obras indudablemente suyas—, por el tamaño de estas dos obras, frecuente en él, e incluso por el hecho de pintar conjuntos o parejas por encargo, nos atrevemos a atribuir estas dos vedute, que ingresaron en la Colección Fundación Bancaja como obras anónimas, a Giovanni Ghisolfi, muy poco conocido en España pero que tuvo su momento de popularidad en la Ciudad Eterna, sobretodo entre sus visitantes.